miércoles, 14 de enero de 2015

Si no quieres perder la razón, sigue leyendo...

En muchas ocasiones hemos sido testigos de grandes ideas que han fracasado sin, siquiera, haberse puesto en marcha. Otras veces, verdaderas injusticias han castigado a inocentes a raíz de un mal entendido. Incluso nosotros mismos hemos desatendido peticiones que, en el fondo, sabíamos que eran coherentes y adecuadas. En alguna que otra discusión, el interlocutor que más argumentos razonables presentaba, ha salido con el rabo entre las piernas ante su contrincante.

¿A qué pueden deberse todas estas circunstancias? ¿Cómo podemos evitar formar parte de aquellos que "pierden la razón"?

Una de las especialidades que mejor maneja estos aspectos es la Comunicacion No Violenta. Marshall Rosemberg documenta cuatro puntos clave que permiten a nuestro interlocutor un grado de comodidad tal ante nuestras disertaciones que le permite centrarse en el mensaje y, por tanto, en comprender lo que realmente se desea transmitir, minimizando el impacto de las interpretaciones.

  1. Toda cuestión o planteamiento debe trasladarse tal cual es, de forma objetiva y sin juicios de valor, con la mayor exactitud posible y con palabras sencillas. Es importante que la otra persona reconozca los hechos por lo que, cuanto más documentados, más explícitos y más objetivos, mejor. En el caso de tratarse de un comportamiento inadecuado que queremos recriminar, tenemos que especificar el comportamiento sin calificar a la persona. 
  2. Si la circunstancia que planteamos ha generado un sentimiento concreto, debemos expresarlo claramente sin culpar a nadie del mismo. El cómo nos sentimos es solo asunto nuestro.  Los demás actúan o los hechos suceden pero nosotros elegimos cómo reaccionar y, por tanto, cómo sentirnos.
  3. Nuestras expectativas constituyen un elemento importante pero debemos exponerlas si queremos que la otra persona nos comprenda. No podemos dar por sentado que los demás conocen lo que queremos o esperamos.
  4. Debemos ser claros y explícitos a la hora de pedir. Si no lo hacemos correctamente, difícilmente se podrán atender nuestras necesidades.

Miguel Ángel Ruiz en sus "Cuatro Acuerdos", establece que uno de los aspectos clave para desarrollarnos como persona está en no tomarse las cosas como algo personal. Si nos mantenemos siempre a la defensiva, con mucha frecuencia interpretamos  lo que nos dicen como un ataque y respondemos con agresividad de manera que aunque la razón en el fondo nos acompañe, el uso de formas inadecuadas nos la hace perder.

La empatía y la asertividad resultan dos habilidades muy aprovechables para no "perder la razón". Cuando nos ponemos en el lugar de la otra persona y nos manejamos con ella desde su misma perspectiva, podemos conseguir que comprenda también nuestra posición. Anthony Robbins explica en su libro "Poder sin límites" cómo al aprender y practicar el adoptar la postura corporal de nuestros interlocutores nos permite llegar a experimentar casi las mismas sensaciones que ellos y, desde esa posición de conocimiento, nos es más fácil ser más convincentes.
En lo referente a la asertividad o capacidad de persuadir y convencer consiguiendo con la otra persona nuestros objetivos, supone un complemento muy atractivo para que nuestros argumentos, además de llevar el contenido que nos interesa, luzcan con el mejor de los envoltorios.

Por tanto, y a modo de conclusión, te recomiendo:


  • Sé concreto en tus exposiciones y no lleves a cabo juicios de valor.
  • Expresa con claridad tus expectativas.
  • Sé conciso y transparente a la hora de pedir.
  • No te tomes las cosas como algo personal.
  • Aprende a colocarte en la piel del otro y valorar su perspectiva.
  • Sé convincente y persuasivo.

Como vemos, el "cómo" puede llegar a ser mucho más importante que el "qué"

Comparto contigo una pequeña historia que cuenta el gran comunicador y Coach Josepe García y que es un claro ejemplo de cómo puede llegar a ser más importante la forma que el fondo.

Un rey soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. "¡Qué desgracia mi señor! —exclamó el sabio—. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad". "Qué insolencia! gritó el rey enfurecido— ¡Fuera de aquí!". Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde envió a por otro sabio y le contó lo que había soñado. Este le dijo: "Gran felicidad os ha sido reservada! El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes". Se iluminó el semblante del rey y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando el sabio salió del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer sabio. No entiendo porqué él le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. La verdad es una —respondió el segundo sabio—, pero todo depende de la forma en que se dice. 




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