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Cuando las pruebas acabaron y convencida de su éxito, esperó el resultado ansiosamente. Sorprendentemente, fue el propio director el que se dirigió a ella, lo cual la hizo sentirse más confiada aún. Sin embargo, tras decirle éste que lo sentía puesto que no veía en ella ningún talento para la danza, se alejó llorando y tiró sus zapatillas al cubo de la basura de camino a casa.
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Un día leyó en el periódico que el ballet dirigido por aquel prestigioso director actuaba en su ciudad. Consiguió entradas y nuevamente se emocionó con la belleza y la elegancia con la que se movían las bailarinas. Al finalizar la función, consiguió acercarse al director para saludarlo.
–Buenas noches, usted no se acordará de mí, pero hace muchos años usted estuvo por aquí en busca de talentos.
–Yo quería ser una gran bailarina, pero renuncié a mi sueño porque usted me dijo que no tenía talento.
–Sí, eso se lo digo a todos.
–¡Cómo que se lo dice a todos! Yo renuncié a mi carrera de bailarina porque creí lo que me decía.
–Naturalmente –replicó el director–, la experiencia me dice que al final los que triunfan son los que dan más valor a lo que ellos creen de sí mismos que a lo que otros creen de ellos.
Esta pequeña historia se repite en demasiadas ocasiones. Somos más receptivos a lo que nos llega desde el exterior que a lo que llevamos dentro de nosotros. Nuestros sueños se frustran por miedo al fracaso ya que el fracaso lo vinculamos a la ausencia de valor que para los demás pueda tener nuestro trabajo.
Si creemos en algo; si sentimos pasión con lo que hacemos; si para nosotros es verdaderamente importante, lo que nos digan los demás sólo debe servirnos para seguir luchando. Si recibimos críticas, podemos sacar de ellas todo aquello que nos permita mejorar.
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Por tanto, no te rindas y asume riesgos. Sobre todo, si crees en ti, no dejes que nadie robe tus sueños.
Vídeo para motivarte (Haz click aquí)