domingo, 11 de mayo de 2014

La competición de los leñadores. Una lección para una vida efectiva

Hubo una vez un pueblo en el que cada año se celebraba un concurso entre los dos leñadores más fuertes del lugar. Los vecinos se concentraban en una zona muy poblada del bosque y repartían sus simpatías entre uno y otro e incluso, hacían sus apuestas. Ese día no sólo se dirimía el vencedor que durante el año siguiente sería continuamente agasajado por todos sino que, además, se conseguiría  acumular la leña necesaria para que todo el pueblo soportara el duro y frío invierno que estaba por llegar. 

 Jonàs, cuya fortaleza y corpulencia había conseguido amedrentar a cualquier otro contrincante, hacía ya dos años que asumía el papel de ganador sin tener que competir. El resto de leñadores se sentían incapaces ante la destreza y rapidez con la que abordaba su tarea.

Rodrigo, por su parte, había llegado al pueblo hacía escasamente un mes y por su estructura corporal fibrosa pero nada musculada, nadie podía imaginar que algún día pudiera retar a Jonás.

La noticia de un nuevo concurso, tras dos años de sequía, había llegado hasta los pueblos vecinos de modo que se convirtió en el evento más importante del lugar.  Lucía el sol y el calor imprevisto para un día de mediados del mes de octubre, hacía prever un espectáculo apasionante.

Ambos debían permanecer durante ocho largas horas y el vencedor sería aquel que consiguiera talar un mayor número de árboles. Se pusieron manos a la obra a las diez de la mañana.

Desde el primer momento, Jonás empleó su destreza y su fuerza de tal manera que los apostantes enseguida se decantaron por él. Rodrigo, por su parte, mantenía un ritmo mucho más pausado. Éste, además, sorprendió a todos cuando, transcurrida la primera hora de competición, dejó de talar, extrajo de una pequeña mochila que portaba un afilador y, mientras Jonás incrementaba el ritmo de hachazos al ver la pausa de su contrincante, él se dedicaba a afilar la sierra.

Curiosamente, esa misma operación se repitió en la segunda hora y así sucesivamente cada hora que transcurría. 

A las dos de la tarde, el sol y el calor se habían convertido en compañeros incómodos y Jonás empezó a mostrar signos de agotamiento. Jamás, en ocasiones anteriores, había tenido la oportunidad de incrementar el ritmo ante lo que consideraba dejadez de su oponente. Rodrigo, sin embargo, mantenía el mismo desde el inicio de la jornada y en ningún momento dejó de realizar sus pequeños descansos que le permitían afilar la sierra.

Todos los allí presentes contemplaban como, poco a poco, el montón de leña cortada por Rodrigo iba alcanzando el tamaño de la de Jonás y éste, al percatarse igualmente de tal circunstancia, realizó un esfuerzo aún mayor con el afán de no perder la delantera.

Las últimas dos horas de competición mostraban a un Rodrigo que, a pesar del calor y del tiempo transcurrido, parecía encontrarse en las mismas condiciones que al inicio. Jonás, sin embargo, sentía flaquear sus piernas, empezaba a ver borroso y, su respiración agitada hizo temer a todos lo peor.

Por su parte, el montón de leña cortada por Rodrigo ya sobrepasaba al de Jonás y cuando llegó el momento final y el vencedor levantaba su trofeo, todos pudieron comprobar que no sólo el aspirante había conseguido un mayor número de troncos de leña sino que, además, el tamaño y el corte de los mismos era mucho más uniforme.

A partir de ese día, todos aprendieron que el trabajo de calidad realmente se conseguía "afilando la sierra".

Esta pequeña historia no es más que una metáfora de nuestra vida. "Afilar la sierra" significa mantener un equilibrio. Significa renovarnos en cada una de las parcelas que forman nuestro ser: mental, físico, emocional y espiritual.

Para conseguirlo, es importante que reflexiones acerca de lo que haces en tu día a día y que te plantees acciones que te ayuden a una renovación contínua.

Te relaciono algunas ideas:

1. Con el ejercicio físico y periódico y una dieta sana, equilibras tu parcela física.
2. Con la lectura y el aprendizaje de cosas nuevas y que te apasionen, equilibras tu parcela mental.
3. La relación sana con familia, amigos y el tiempo que dedicas a cultivar estas relaciones, te permiten equilibrar tu parcela emocional.
4. La participación en actos benéficos o con la contribución a la sociedad de manera altruista, cultiva tu parcela espiritual.

Estos no son más que ejemplos que puedes asumir como propios pero existen multitud de otras actividades que te permitirán llevar una vida más sana y, evidentemente, mucho más efectiva.

¿A qué esperas para "afilar la sierra"?