domingo, 2 de marzo de 2014

¿Quién es el que tiene la razón?

"Nada es verdad ni es mentira. Todo se ve según el cristal con que se mira".  

Este refrán clásico es fiel reflejo de lo que representan las realidades para cada individuo. Es frecuente que cuando nos enfrascamos en una discusión intentemos imponer nuestro criterio porque, en definitiva, siempre queremos tener la razón.

Debemos tomar conciencia de que muchos elementos ya incorporados en nuestra vida nos hacen disfrutar de una perspectiva de la realidad que siempre será diferente a la de los demás, que tendrán la suya.

Algunos de los elementos que influyen son: nuestros valores, experiencias previas, cultura, educación.

Aquí comparto con vosotros un cuento tradicional Oriental que permite una reflexión acerca de esta cuestión. Sin embargo, en vuestro día a día encontraréis distintas experiencias que os permitirán reconocer estas circunstancias.


Cuenta la historia que dos monjes paseaban por el jardín de su monasterio, conversando sobre asuntos intrascendentes, cuando uno de ellos paró el pie un segundo antes de aplastar un hermoso caracol que cruzaba por el húmedo sendero. Con delicada precisión tomó al desorientado animalito entre sus dedos índice y pulgar y lo miró tiernamente. El monje se sintió feliz de no haber interrumpido el ciclo de vida y muerte de ese pequeño destino. Delicadamente, lo colocó encima de una fresca lechuga.

Sonriente, miró a su compañero buscando su complacencia, pero se encontró un rostro frío que arqueaba una ceja.

—¡Inconsciente!— le incriminó éste. —Ahora, salvando a ese insignificante caracol, pones en peligro el huerto de lechugas que nuestro jardinero cultiva con tanto esmero.

Ambos monjes discutieron acaloradamente bajo la curiosa mirada de otro que se acercó a arbitrar la disputa. Como no conseguían ponerse de acuerdo, este último propuso contar lo sucedido al gran sacerdote. Él sería bastante sabio para decidir cual de los dos tenía razón.

Se dirigieron los tres a ver al anciano y el primer monje expuso el caso.

—Has hecho bien. Era lo que convenía hacer— contestó el sacerdote.

El segundo monje dio un brinco.

—¿Cómo?— exclamó. —¿Salvar a un devorador de ensaladas? ¿Eso es lo que convenía hacer? Deberíamos haber proseguido nuestro camino sin importarnos si aplastábamos aquel minúsculo caracol. Eso habría protegido el trabajo del jardinero, gracias al cual tenemos todos los días buenos alimentos para comer.

El gran sacerdote escuchó, movió pensativo la cabeza y dijo:

—Es verdad. Es lo que convenía haber hecho. Tienes razón.

El tercer monje, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó.

—Pero ¡si sus puntos de vista son diametralmente opuestos!— dijo. —¿Cómo pueden tener razón los dos?

El gran sacerdote miró largamente al tercer monje. Reflexionó, movió la cabeza y con una cálida sonrisa en su rostro sentenció:

—Es verdad, también tú tienes razón.









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