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Federico, ¿Cuales son los primeros recuerdos de tu talento?
Mi madre era maestra en el pueblo y siempre me dijo que empecé a tararear las canciones populares y que me entusiasmaba la guitarra desde incluso antes de aprender a hablar.
¿Que otras actividades te atraían?
Me encantaba jugar a decir misas, hacer altares, construir teatritos. La gente me gustaba; me apasionaba escucharles contar historias y arrastraba de la mano a la nodriza hasta llegar a la fuente del pueblo que era donde se reunían. Me quedaba absorto escuchando y he de reconocer que me maravillaba.
¿Alguna persona en concreto, además de tu madre, tuvo influencia en tu infancia?

¿Consideras que tus obras recogen la esencia de tus vivencias de infancia?
Muchos opinan que lo que traslado a mis obras no son más que atrevimientos míos, audacias de poeta. Sin embargo, son detalles auténticos que pueden parecer raros porque también es raro acercarse a la vida con esta actitud tan simple y tan poco practicada. Ver, oír; tengo un gran archivo en los recuerdos de mi niñez de oír hablar a la gente. Es la memoria poética y a ella me atengo.
¿Consideras, entonces, que tu infancia te ha marcado el camino?
He tenido una infancia muy larga y de esa infancia tan prolongada me ha quedado esta alegría y mi optimismo inagotable. Sé que siempre me río a carcajadas y que contagio al más melancólico.
Además de la poesía, ¿Que otros talentos has cultivado?
De pequeño aprendí a tocar la guitarra; en el bachillerato me dio por el dibujo y cuando nos fuimos a vivir a Granada, comencé mis estudios de piano. Entre los 16 y los 20 años llegué a ser considerado un prodigio musical en Granada. Durante esos años compuse un "poema del Albaicín" en cinco cantos y fragmentos de una zarzuela.